Andalucía by Michel del Castillo

Andalucía by Michel del Castillo

autor:Michel del Castillo [Castillo, Michel del]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Viajes, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1991-01-01T00:00:00+00:00


LAS NAVAS DE TOLOSA

l6 de julio de 1212. Hace un calor sofocante. En medio de una nube de polvo que quema los ojos y la garganta, cien mil hombres ascienden a duras penas por Sierra Morena. A la cabeza, los reyes de Castilla, de Navarra y de Aragón, reconciliados para la ocasión, cabalgan rodeados de sus respectivas noblezas. En medio, don Rodrigo Jiménez de Rada, cardenal arzobispo de Toledo, autor, preparador y, en todos los sentidos, organizador de la empresa. Les sigue un ejército de monjes, de religiosos enarbolando crucifijos, banderas con la efigie de Santiago, estandartes y oriflamas de Nuestra Señora de Covadonga. No cesan de entonar cánticos y letanías repetidas por los cruzados que forman el más formidable ejército convocado por la cristiandad. Retumban los gritos: «¡Por Santiago! ¡Por Nuestra Señora!».

Se detienen para respirar, para recuperar el aliento. Veinte mil caballos están nerviosos en medio de ese horno, resoplan, dan coces mientras que los soldados se ahogan dentro de su pesada armadura. Desde hace casi dos horas, la marejada da vueltas en esas soledades rocosas, cortadas por barrancos y gargantas. En cada puerto, los musulmanes sólidamente instalados han rechazado a los invasores que empiezan a perder la esperanza. De pronto, los rastreadores señalan la existencia de un desfiladero que, inexplicablemente, los musulmanes desdeñaron conservar. Todo el ejército se mete en esa brecha. Dos horas más tarde, acampa en la llanura andaluza, cerca de una aldea llamada Las Navas de Tolosa.

Yaqub, que dirige el ejército andaluz, no reacciona al enterarse de que los ejércitos cristianos han conseguido franquear la Sierra. Envuelto en la amplia capa negra, antaño llevada por Abd al-Mumin, el argelino, verdadero fundador de la dinastía almohade, tocado con un turbante verde, permanece sentado a la sombra de un olivo en la cima de un promontorio. Junto a los ciento veinte mil hombres a su mando, acaba de rezar la oración del combate. Distribuye sus últimas órdenes. Es un estratega experimentado que ha infligido humillantes derrotas a los cristianos. Hizo todo lo que estuvo en su mano hacer. En adelante, la suerte de esa batalla, decisiva según él, depende del Todopoderoso. Impasible, Yaqub desgrana su rosario de ébano mientras escruta con una mirada melancólica el velo de bruma incandescente tras el que se ocultan los cristianos. Desde hace más de una hora, el paisaje resuena con el lúgubre repique de los tambores bereberes, poniendo a prueba los nervios del enemigo. De repente, resuenan las trompetas. Ha llegado la hora del destino y Yaqub lo sabe.

Ha situado su caballería mora en el centro con la orden de resistir al encontronazo. Por los flancos, en su mayoría compuestos por jinetes bereberes de una fulgurante rapidez, efectuarán un movimiento envolvente. Ese plan vale lo que valen todos los planes. Yakub ya lo había aplicado con éxito. Uno de sus lugartenientes planta ante el general el estandarte califal, azul con estrellas de oro. Un bramido terrible se eleva: «¡Alá!», «¡Santiago!». El choque es de una fantástica violencia. Nada que ver con la guerra caballeresca de siglos anteriores.



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